BdeM, estabilidad a costa del crecimiento: analistas

Dora Villanueva

Periódico La Jornada
Domingo 31 de agosto de 2025, p. 13

La desigualdad mundial se encuentra en uno de sus puntos más altos, de acuerdo con el Banco Mundial. La pandemia de coronavirus atizó las brechas entre la población más pobre y rica e, inesperadamente, un debate avanzó en torno a uno de los mayores recintos de la ortodoxia neoliberal: la Reserva Federal (Fed). Una iniciativa de ley en 2021 que pasó por la Cámara de Representantes de Estados Unidos para luego ser frenada en el Senado abrió una polémica desde hace rato postergada: ¿los bancos centrales deben incluir en sus mandatos o consideraciones el cómo reducir la desigualdad?

Heredero del diseño de bancos centrales en la primera posguerra, el Banco de México cumple 100 años. El primero de septiembre de 1925, el presidente Plutarco Elías Calles dio por inaugurado el organismo que tiene como mandato mantener la estabilidad de precios. Sin embargo, también se ha consolidado como una maquila de dogmas que, asumidos por los gobiernos federales y la iniciativa privada, mantuvieron castigados los salarios de los trabajadores casi tres décadas y no dejan de ampliar las desigualdades premiando al capital, explicaron especialistas.

El objetivo prioritario que tiene el banco central es “procurar la estabilidad del poder adquisitivo de la moneda nacional, fortaleciendo con ello la rectoría del desarrollo nacional que corresponde al Estado”, de acuerdo con la Constitución.

“Y se ha logrado la estabilidad, pero de cierto modo ha sido a costa de la posibilidad de hacer crecer la economía, de tener anclas para la estabilidad de precios, entre ellos el salario mínimo y, al final, sí ha sido a costa de la mayoría de las personas”, describe en entrevista Carlos Brown, director de Programas en Oxfam México. “Sí, logramos tener cifras de inflación que han sido la envidia del resto del continente, pero el costo para los hogares y las familias ha sido bastante alto”, señala.

La visión de los bancos centrales tradicionales tiene su foco en una estrategia neoliberal, donde la idea de mantener el salario estancado “tiene como objetivo que no haya incremento de precios y ser más competitivo en las exportaciones vía tipo de cambio”, explica Moritz Cruz Blanco, integrante del Instituto de Investigaciones Económicas (IIEc) de la Universidad Nacional Autónoma de México. Sin embargo, “se basa en el supuesto de que en la economía siempre hay pleno empleo, lo cual es falso”.

El Banco de México –y en general los organismos centrales– parte de que la estabilidad de precios impacta positivamente en el crecimiento y en los efectos de derrama económica que en teoría deberían ocurrir, agrega el investigador del IIEc.

A manera de “vil manual, que además está mal”, el planteamiento es el mismo: “controlo la inflación y al hacerlo genero las condiciones para que aumente la inversión; esto automáticamente va a generar empleo y crecimiento y se va a ver positivamente afectada la economía con mi accionar”, expone Cruz Blanco.

Como parte de estos supuestos ancla, de 1997 a 2018 el salario mínimo sólo había crecido 11.2 por ciento en términos reales. Los banqueros centrales por años respaldaron el argumento de las cámaras empresariales: “si suben las remuneraciones, habrá inflación”.

“Había todo un sistema para no aumentar el salario mínimo bajo una falsísima creencia –basada en análisis que estaban mal hechos y nacieron en el Banco de México– de que si te metías con el salario mínimo ibas a provocar un efecto inflacionario brutal”. Y lo repitieron una y otra vez, señala Brown Solà.

Este postulado sobre lo dañino que era mejorar las condiciones salariales de la fuerza de trabajo en México se hizo dogma, hasta que en 2018 se puso a prueba de manera continua y para 2024 la remuneración base había duplicado su valor sin que ni el Banco de México pueda reconocer algún efecto inflacionario de relevancia.

Más allá del dogma del salario mínimo, que se queda como un postulado que gobierno e iniciativa privada asumieron, los niveles de desigualdad en el mundo –sobre todo en economías de ingreso alto– han generado nuevas discusiones sobre qué se puede hacer desde la política monetaria. El debate quedó pausado en 2022 cuando el Senado estadunidense frenó la Ley de Equidad Racial, Inclusión y Justicia Económica en Servicios Financieros.

Por primera vez se apuntaba a la reducción de desigualdades como un mandato del organismo central. “La Junta de la Reserva Federal debe desempeñar sus funciones de manera que apoye la eliminación de las disparidades raciales y étnicas en el empleo, los ingresos, el patrimonio y el acceso a crédito asequible”, establecía la iniciativa.

La pandemia de coronavirus acentúo las evidencias. En 2021, uno de cada 10 discursos pronunciados por algún banquero central usaba los términos “desigualdad” e “impacto distributivo de la política monetaria”, de acuerdo con información consignada por Agustín Carstens, gobernador del Banco de México de 2010 a 2017 y después gerente general del Banco de Pagos Internacionales (BPI, por sus siglas en inglés).

El ex banquero central de México abordó el tema en una ponencia (bit.ly/4g3QgAv), sólo para concluir que “la desigualdad no es un fenómeno monetario a largo plazo. Sin embargo, los bancos centrales son plenamente conscientes de las consecuencias de sus acciones sobre la distribución del ingreso y la riqueza a corto plazo”.

Carstens reconoció que las dos principales dimensiones de la desigualdad económica –la renta y la riqueza– habían ido en aumento desde 1980. Sólo en Estados Unidos, la proporción de ingresos correspondiente al uno por ciento más rico de la población aumentó de 11 por ciento en 1986 a 19 por ciento en 2019, lo que afectaba la transmisión de la política monetaria.

“El aumento de la desigualdad afecta las decisiones de política monetaria en la medida en que debilita su transmisión. Los hogares con ingresos y patrimonio relativamente más altos suelen tener una menor tendencia, o propensión marginal, a consumir y tienden a reaccionar menos a los cambios en los tipos de interés oficiales”, sostuvo el ex banquero central de México.

Al subrayar que ni los bancos centrales ni su política monetaria tienen las herramientas para abordar la desigualdad, como sí “las políticas fiscales y estructurales”, Carstens regresó a uno de los apuntes ya conocidos: “cumplir con el mandato de los bancos centrales de garantizar la estabilidad macroeconómica proporciona la mejor base para una sociedad equitativa”.

Canal para la desigualdad

“La política monetaria está haciendo más ricos a los ricos”, sintetiza Moritz Cruz Blanco. El movimiento en las tasas de interés tienen impactos en la redistribución del ingreso, dado que su alza en automático genera mayores ganancias financieras a través de bonos. A la vez, esta financiarización de la economía hace que el capital se traslade al sector financiero, porque es más rentable, en lugar de ir al productivo, donde pueden tener algún efecto en el sector real de la economía con la creación de empleos, apunta el investigador.

“Al final la tasa de referencia parece que afecta al total de la economía, pero en realidad tiene mucha más repercusión en quienes tienen activos y la capacidad de mover activos y ahorro en la economía; y esos sí son un grupo muy pequeño de la población”, expone Brown Solà.

“La política monetaria es un factor importante en mantener las desigualdades económicas en México.”

Este doble rasero con el que funcionan las tasas de interés se puede ver a grandes rasgos con las ganancias del sistema bancario y la pila de intereses por el pago de la deuda pública, que al final reduce el margen de recursos que pueden ir a servicios públicos, como la educación, la salud o la infraestructura.

Desde 2021 que comenzaron a verse los efectos del cierre de cadenas de suministro por la pandemia, el BdeM inició una escalada en su tasa de referencia, que llegó a su máximo en marzo de 2023, al cerrar en 11.25 por ciento. Esto tuvo dos efectos: disparó a un nivel sin precedente las ganancias de los bancos privados y la carga financiera de la deuda pública.

Este efecto diferenciado también se replica en los hogares. Entre aquellos que tienen ingresos suficientes para invertir y aquellos que deben destinarlos a adquirir bienes esenciales o, incluso, al pago de deudas, apunta Cruz Blanco. Sin embargo, los efectos en la desigualdad están soslayados en los modelos de transmisión de la política monetaria en los bancos tradicionales. “Es como si hablaras otro idioma”, explicó.

En esa estructura anquilosada, algo se comienza a mover. Las minutas son una forma de romper con este tipo de carácter de cofradía, dado que hace 25 años, el banco central era una especie de “caja negra”.

“Ya no se ve una institución monolítica, hace 25 años hablar de que el Banco de México iba a publicar sus minutas era impensable. Hoy tenemos una relatoría de lo que ocurre en las discusiones de las decisiones de política monetaria. Es decir, algo se movió”, reconoce Brown Solà.

Sin embargo, también lo ha hecho la economía mexicana. En este punto, “si tomamos la autonomía como el hito central que hay que mantener en el Banco de México. ¿Qué sí se puede cambiar?”, pregunta.

Desde la regionalización de la política monetaria, a manera de lo que hace la Fed, hasta una mayor regulación al sector para abaratar los costos del crédito, son parte de los planteamientos que de acuerdo con los especialistas se pueden hacer sin tocar de manera directa los pilares de lo que es el organismo.

“El Banco de México tiene análisis regionales, pero sus decisiones no son así. Sigue siendo una decisión única. Si ya está haciendo el estudio de las economías regionales, entonces quizá sea bueno empezar a pensar si la política monetaria puede o no tener un objetivo relacionado con reducir las desigualdades territoriales en una nación con grandes contrastes, donde el norte y el sur son dos países totalmente distintos”, subraya Brown Solà.

Cruz Blanco considera que también se necesita una mayor regulación para hacer más accesible el costo del crédito, pero sin dejar de lado una coordinación entre la política fiscal y la monetaria.

“El banco central sube la tasa de interés, pero el gobierno hace política expansionista y ahí es donde los efectos se contraponen.”

Una forma sencilla en la que se puede abordar la desigualdad es “que haya política expansionista o contracíclica, pero ambas (la monetaria y la fiscal)”.

Si bien hubo nuevos debates sobre viejas estructuras del sistema financiero internacional, de momento todo se ha pausado, concluyó.

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